Silvia Angélica Montoto: La Fiesta

Conocí a don Edelmiro Castillo hace mucho tiempo. Él, hombre de campo, solidario y honrado como pocos, Yo un simple viajante de ramos generales, acostumbrado a los polvorientos caminos patagónicos y a hacer un culto de la amistad. Así, más de una vez me aquerencié en su humilde ranchito donde un pedazo de pan y un trago de vino compartido, eran más que suficientes para cortar ese gusto amargo de la soledad.
Hace algunos días lo encontré en el pueblo saliendo del escritorio de la barraca donde lo había citado el contador para arreglar algunos asuntos de negocios – me dijo.
Estaba exultante y quería compartir con alguien su felicidad, fue así que me contó:- Me acaban de notificar, amigo, que a la tardecita tengo que venir a cobrar una deuda que ya creía imposible… ¡Parece que el barbudo se acordó de mis penurias económicas y me está tirando una soguita para que agarre trote!-
-¡Vaya que me alega la noticia don Edelmiro!…Supongo que valdrá la pena, se le nota en la cara hombre…
-¡Claro que vale la pena!… Dos años esperando p’a cobrar una cuenta de cueros entregaos. Ya me estaban quedando pocas moneditas en el tarro… ¡Me alegro de haberlo encontrado, porque esto ricién empieza! Mañana quiero juntar a los amigos que tanto me han ayudao y a la paisanada que ha trabajao en el puesto a la par mía sin bajar los brazos. ¡Por supuesto amigazo que usté va a ser de la partida! Ahorita no más me pongo a hacer las compras y me voy pa’l rancho p’a organizar la cosa. – Se lo agradezco don Edelmiro pero quisiera arrimar alguna cosita que haga falta para los festejos. Usted me dirá…
-Y güeno, ya que insiste, tráigase algún vinito tinto que de más, no va a estar… Y no vaya a fallarme…¡ Lo espero!.
– Cuando don Edelmiro llegó al rancho casi al anochecer, cargado de bolsas y paquetes, la Antonia, su mujer, no entendía nada. Ya se había acostumbrado tanto a la malaria la pobre que creyó estar soñando al ver tanto despilfarro.
_ ¡Sentate mujer y agarrate bien de la silla p’a no caerte!… y metiendo la mano en el bolsillo de las bombachas batarazas, revoleó por el aire un fajo de billetes que cayó desparramándose sobre la mesa.
Al escuchar tanto alboroto, las hijas aparecieron en la cocina y se unieron a la algarabía de los padres. Margarita, la mayor de, de trece años, ayudaba a Edelmiro a reordenar los billetes desparramados y la más chiquita, Lucía de seis, husmeaba entre las bolsas como un cachorro.
Mirando la enorme cantidad de carne picada, Antonia exclamó – Algo me dice que tendré que amasar las empanadas…
-¡Y seguro mujer, todo no le va a salir gratis a usté!
Asomándose a la puerta Edelmiro le pegó un grito a un peoncito que miraba de lejos sin entender nada.
-¡Vicente, pedile ayuda al Pancho y me carnean dos corderos, ahorita nomás y los cuelgan en el galpón, p’a que se oreen bien p’a mañana!…Ah, y arrimen unas carretilladas de leña también… ¡Vamos que esperás, movete, que te quedás mirando como pasmao!…
A la mañana, alrededor del mediodía, apenas pasé la primera tranquera con el furgoncito, el humo con olorcito a asado se me venía a la nariz y se me acomodaba el hambre en el estómago.
¡Todo el ranchito era una fiesta! La tierra apisonada, las plantitas de los macetones recién regadas y la chinitas re coquetas con sus trencitas terminadas en moños rojos.
En la cocina humeaban las empanadas doraditas y la cocinera se floreaba con un repulgue parejito que daba gusto.
En los asadores, los corderos parecían pintados con barniz y la peonada orgullosa por los halagos recibidos.
Pero…traguito va, traguito viene, ya se empezaban a oír las voces de los comentarios cada vez más elevadas, acompañadas con dudosas carcajadas etílicas.
Hasta que uno de los invitados rompió el corral y señalando al Pelado, uno de los empleados de don Edelmiro, le dijo con sorna: – ¡Mirá vos, la mujer del Pelao, con que parió mellizos dos veces che!…
-¡Claro, dos veces en cuatro años! – dijo orgulloso el aludido. A lo que el otro agregó.
– ¿No será que te habrá ayudado algún amigo?´
-¡Me consta que el Pelao “carga melliceros”, y los tiene bien puestos así que cállese la boca, si no sabe, no hable al pedo – dijo don Edelmiro poniéndose de pie.
Estas palabras que parecen un despropósito desde la ciencia, en boca de Edelmiro fueron como la sentencia de un sabio.
Sin embargo al paisano, bastante chispeao, no le gustó que lo hiciera callar y dijo furioso: – ¡Yo hablo lo que se me da la gana, p’a eso estamos en dimocracía!.. .No faltó otro que aprovechara la situación para decir “Con la dimocracía se come, con la dimocracía se estudea” – claramente queriendo imitar Alfonsín, y ahí nomás recibió el retruque de otro peoncito, que hasta el momento estaba callado en un rincón sentado en un fardo de pasto.
-¡Viva Perón carajo! – dijo. Y ahí no más se pudrió todo y apareció “la grieta”…
Trompada va, trompada viene…
Antonia se llevó las chicas a la rastra hasta la cocina y a la pasada, cargó la fuente de empanadas que habían empezado a volar por el aire.
El dueño de casa y los que estaban en condicione todavía, más mi ayuda, que no era mucha, porque estaba desorientado, logramos aplacar los ánimos y empujar a los revoltosos hasta la salida. ¡Insólitamente, abrazados como hermanos en desgracia!…
Silvia Angélica Montoto

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